Respuesta rápida: NO.
Eso se concluye en un informe en el que se publican los resultados después de estudiar a 171 mil personas mayores de 50 años de 33 países, de los cuales se tuvieron registros de resonancia en más de 6 mil. Meta analizaron datos de carácter longitudinal en los que se hicieron siete medidas repetidas.
La leyenda, propagada con entusiasmo en los medios y suscrita por numerosos autodenominados divulgadores científicos, dictamina que la educación influye de modo causal reduciendo y retrasando el inexorable declive cognitivo que se experimenta con el paso de los años. Sin embargo, la evidencia científica más sólida se aleja de lo que esa leyenda implica.
Algunos científicos han mantenido que quienes logran un mayor nivel educativo presentaban, desde la línea de salida, un mayor potencial cognitivo. Ese potencial sería el verdadero causante del retraso observado en la llegada del temido deterioro cognitivo identificado en la vejez:
"Si la relación educación-memoria-cerebro refleja diferencias individuales estables, entonces la educación no se relacionará con el declive observado en la memoria o en el cerebro."
La consecuencia es que lo que subyace a esa relación sería un proceso selectivo: las personas con determinadas características (p. e. un mayor potencial cognitivo) serían más proclives a educarse durante más tiempo.
Los resultados de la investigación que estamos comentando evidenciaron que la educación apenas se relacionaba con el declive observado en las evaluaciones de la memoria que se fueron haciendo a medida que las personas envejecían. Además, las diferencias educativas tampoco se asociaron al declive cerebral en las regiones que se vincularon a la memoria. Finalmente, un mayor nivel educativo era inútil para incrementar la resistencia cognitiva ante la presencia de cambios cerebrales negativos.
Por consiguiente, concluyeron que las diferencias que se identificaban en las personas mayores debían venir de lejos, de cuando eran tiernos infantes.
La educación no debería considerarse un factor protector que resultase de la puesta en práctica de determinados estilos de vida favorecedores de una preservación de las funciones cognitivas y cerebrales. El declive que se observa es general y similar para las personas con distinto nivel educativo:
"El nivel educativo no se relaciona con las diferencias en los cambios con la edad en las regiones cerebrales más vulnerables al envejecimiento. Los cerebros cambian de modo similar independientemente de esa educación."
Probablemente uno de los resultados más reveladores es que quienes presentan mayor nivel educativo no se benefician en mayor grado de ser evaluados repetidamente a través de los test de memoria (efectos test-retest).
Si la relación cerebro-memoria-educación viene de lejos
¿de dónde proviene concretamente?
La respuesta obvia es que las personas de mayor capacidad cognitiva y mejores cerebros eligen (o son elegidos para) educarse más. Esa respuesta ya la expusimos en este blog a través de un elegante estudio. Los efectos de selección constituyen la explicación más probable y su conexión con las diferencias que separan a las personas en su ADN ya se ha documentado:
"La estructura cerebral sería un fenotipo clave en la ruta causal que conecta las diferencias genéticas con las diferencias cognitivas y el nivel educativo."
Los potenciales efectos positivos de la educación tendrían, en su caso, algún papel a edades tempranas, aunque ignoramos si esos efectos se mantendrán a la larga. Los programas de entrenamiento pueden cambiar el cerebro, pero esos cambios revierten con el tiempo. El que la asociación del grosor cortical con la capacidad intelectual que se observa en la vejez desaparezca una vez se tiene en cuenta esa asociación con la capacidad intelectual evaluada en la niñez, refuerza la idea de que la cosa ya estaba presente en la infancia.
Cuando la editorial Shackleton me encargó revisar y ampliar un breve libro sobre la inteligencia humana que había publicado en la Biblioteca de Psicología de El País, decidí, entre otras cosas, incluir un capítulo sobre el ciclo vital. Conocer cómo cambia nuestra inteligencia desde la infancia a la vejez es crucial para orientar los programas de prevención e intervención. Si esos programas dejan de tener impacto después de la temprana adolescencia, entonces el esfuerzo de mejora debería concentrarse mientras el cerebro se encuentra en pleno desarrollo. Después será demasiado tarde.
La analogía a la que recurrí servirá para cerrar este post:
"El modo más exitoso de surfear una ola es subirse a la tabla cuando las condiciones son ideales.
Intentarlo cuando perdió la necesaria fuerza motriz será improductivo."